Te escribo desde el mismo instante en que me es imposible contener mi llanto.
Desde ese lugar que existe brevemente
entre el despertar y el recordar el sueño.
Desde aquí te llamo en silencio,
esperando, tal vez, descubrir tu secreto,
ver más allá de tus ojos,
sentir más allá de tus labios,
esperando poder abrazarte cuando yo quiera,
cuando yo lo necesite,
cuando yo te necesite.
Sin tener ningún derecho me atrevo a reclamarte
porque me niego a aprender a extrañarte.
No quiero extrañarte,
estoy cansada de fingir que soy fuerte,
de pretender una amnesia inexistente,
de hacer de cuenta que estoy lejos de todo
cuando jamás me he sentido tan sola.
Y por eso te escribo
refugiada en la ambigüedad de estas frases,
en mi condición demente,
en la urgencia de una respuesta.
Por eso te escribo desde el último segundo en el que habita mi esperanza.
Mara.